
Erase que se era una luna escurridiza. Nadie conseguía verla llena. Andaba escondiéndose tras las altas montañas o las grandes nubes.
En el espacio hay muuuchas lunas y cada una de ellas es diferente, pero esta en concreto era tímida y vergonzosa. Zea que es monstruosamente tímida, se sentía tremendamente identificada con ella cuando le contaron su historia.
Esto ocurrió en uno de esos planetas extraños en el que pasó una temporada hace un tiempo. Y así le contaron la historia de la tímida luna...

El gran rayo era admirado porque resplandecía como nadie, y rugía como solo él sabía.
A lo largo de los tiempos nadie recordaba haber visto a la luna redonda en toda su plenitud. Todos los habitantes se preguntaban como era.
Un día de tormenta, el gran rayo la rozo sutilmente, pero con gran estruendo, iluminando el cielo. La luna se asustó y al moverse el rayo la contempló, grande, redonda y llena de lunares…
El rayo la observaba con gran admiración y ella se avergonzaba, entonces él lo entendió. Ella no quería que nadie viera que no era tan blanca y perfectamente redonda como se creía.
El gran rayo encantado, con la imperfección de la luna se le acercó y le dijo: Por fin consigo verte, más bella que nunca con tus enormes lunares. La luna salio un poco de su escondite y el rayo, acercándose un poco más, la besó. Ella, asustada, no daba crédito a su inmensa felicidad.
Él, susurrándole al oído, le dijo que en la imperfección está el mayor de los encantos. Desde entonces, en los días de tormenta, el gran rayo se escapa con la luna detrás de la más alta colina.